
Lima es una ciudad gastronómica y mucho más entretenida que hace 20 años. Ya no se le puede dar más vueltas a eso. Y sin embargo, es una ciudad que te envuelve, te absorbe y a veces te agobia. Es una ciudad que requieres dejar de ver de vez en cuando. Una ciudad a la que uno a veces quisiera ponerle “pause”.
Eso es lo que hace IK, un restaurante que lleva el nombre de su creador, Iván Kisic, cuya visión fue llevada a la vida por su hermano gemelo Franco, tras su fallecimiento.
Se podría pensar a veces que esta clases de tragedias enlutan a una familia de por vida. No parece ser el caso de los Kisic, quienes en llevar la visión de Iván han hecho de su recuerdo una celebración, no solo de su vida, pero de su amor por el Perú, sus insumos, y su enorme potencial.
Jose y yo visitamos IK en un esfuerzo por celebrar un San Valentín retrasado (casi dos semanas después, pero la intención es la que cuenta!) que nos agarró entre pañales y compras escolares. Franco Kisic nos recibió en la puerta con una sonrisa y nos empezó a explicar toda la propuesta.
Lima, se queda en la puerta, la misma que te abre el camino hacia un nuevo vistazo del Perú, una suerte de puerta al universo paralelo que fue la mente de Iván, en este caso, una caja de fruta. No, no es una metáfora. El restaurante es literalmente una caja de fruta gigante!
Para terminar de ponerle el cerrojo a la puerta y dejar el tráfico, los semáforos y el ruido fuera, sírvase usted pasar al bar Semilla. El bar, lleno de macerados de lo más variopintos está también lleno de semillas de diversas plantas en su decoración, y en su carta prodigan la misma prolijidad que te reservan para más adelante en la cocina: una búsqueda y exploración de sabores y texturas donde la cocktelería se funde con la cocina a través de licores de quesos, técnicas de servicio especiales y creatividad peruana de la buena. Lío, nuestro bartender por la noche, me sirvió un “Árbol de la Quina” que terminó de hacerme sentir como en casa, y lista para pasar a la mesa.
Una vez dentro de la caja de frutas, la experiencia es única. Las mesas, todas circulares porque es más lindo sentarse sin esquinas que nos separen, llevan sobre ellas diversas sombras producto de juegos de luces proyectados desde cañones en el techo. La música, te transporta a diversos parajes de nuestro país, en un constante limbo entre la selva, la costa y la sierra. Y el menú degustación, te termina de redondear el viaje.
Fueron aproximadamente 14 platos los que pudimos probar, empezando con snacks, pasando por un tartare andino increíble, un ceviche escondido bajo un polvo de palta helada MA-RA-VI-LLO-SO, una panceta para soñar, unas conchas a la piedra, unas papas al horno con mantequilla de queso de cabra, unos maíces bebé horneados… uno a uno Franco y un atentísimo equipo de meseros nos traían un plato más increíble que el anterior, explicándonos lo que cada uno significaba y lo que se buscó al crear dicho plato. En su gran mayoría, aparte de las técnicas sofísticadas que la gastronomía puede aportar, lo que experimentamos fue un respeto casi religioso de los productos, de los insumos, respeto que se trasladaba desde el uso mismo del producto, a la técnica ya sea artesanal o moderna, hasta la puesta en mesa. Y cada producto contaba una historia de un pedacito del Perú.
Al finalizar la cena, además de sentirte completamente satisfecho, llega un fin de fiesta que termina de cerrar la experiencia por completo, y Franco se despide con un abrazo que se siente más como una bienvenida que como un hasta luego.
Tras visitar un restaurante tan increíble como IK, vale la pena preguntarse: ¿Hasta dónde llegaría uno para hacer realidad sus sueños? Franco ha hecho suyo el sueño de Iván, y creo que su hermano, desde el cielo, debe de estar orgulloso de verlo hecho realidad.
¿Qué hace de IK una propuesta que valga tanto la pena? ¿Por qué te sientes feliz al salir de un restaurante así? Quizás la sonrisa y el calor humano detrás de cada barman, mesero, cocinero y gerente tengan algo que ver. Quizás porque esas sonrisas son producto de algo más que un trabajo, pero de una visión. Una visión que todos podemos compartir, porque es positiva, es generosa, y es peruana.
Gracias Franco, gracias Iván. Gracias IK.
Los dejo con un montón de fotos, pensé en reducirlas pero la verdad es que quisiera compartir con ustedes toda la sensorialidad que esta experiencia nos regaló. De verdad, vale la experiencia mil veces.
Para mi “El árbol de la quina”, fresquito y suave, deli deli.
(los cubiertos eran unas pinzas )
Mira estos choclitos orgánicos, de su propio huerto, asados con mantequilla queso de cabra fresco.
De Piura, conchas de abanico a la parrilla con espuma de coral, no sabesssss.
Ceviche de conchas con polvo helado de palta y cushuru.
Granos suflados que acompañaban un lomo de alpaca de locos.
Esta, aunque no creas, es una pechuga de pollo con setas silvestres cusqueñas, polvo de hongo de porcón y hojas de ajedrea.
La pesca del día con yuca, ensalada de chonta y salsa tucupí.
Que lo acompañas con espuma de yogurt, salsa de lulo y tónica.
Cacao y un ganache maravilloso de semillas.
Y aunque no lo creas, esas piedras, las que tienen verdecito encima son los mejores chocolates de la vida, los mejores, quiero una caja entera para comer en mi cama sin que nadie me vea!
Y como tenía que ser, el fin de fiesta!
Es verdaderamente una experiencia increíble y creo que para José y para mi ha sido maravilloso ser parte y testigo de lo que ocurre cuando el arte se combina con la ciencia. Un placer 100% recomendado (hagan click acá para conocer más sobre IK Restaurante).