9 de Mayo del 2012
Chispazos de Melancolía
- Esta foto es de la nota que me hicieron el sábado para Somos, ni bien pueda les muestro la nota completa.
Me pasa a mi. Pasa que por momentos, segundos en realidad, un olor, una canción, una foto, qué se yo…me hace viajar al pasado a la la velocidad de la luz y recordar sentimientos y sensaciones que estaban dormidos, que había olvidado por completo.
De repente, me veo extrañando como nunca a mis amigas del instituto. Y es que me encontré con alguien que era cara conocida de algún lugar y zaz…mis tiempos de estudiante vuelven a mi. Pelos sueltos, corredores infinitos, clases a las cuáles faltar y una manada de BFF’s que se prometen ser amigas por siempre aunque las vida se encargue de que no sea así. Esa sensación de ser la dueña del mundo, de qué nada en realidad importa tanto como que ese chico te mire, divertirte, reírte y bailar todo lo que nunca más más vas a bailar. Junto con una lágrima, todo vino a mi por un instante como una melancólica celebración por la persona que fui. No que quiera tener nuevamente 19 años -ni loca en realidad- si no es que, muchas veces una recuerda su pasado pero esta vez, con el embarazo, me ha tocado vivirlo y sentirlo y extrañarlo. Todo por esa persona que vi, una amiga que nunca fue mi amiga pero que perteneció a esa etapa de mi vida.
Yo, que siempre me jacto de tener la peor memoria y casi cero recuerdos del pasado (siempre culpando a la hidrocefalia y lo que ella se llevó) sentí que estaba en una montaña rusa y por segundos todo volvió a mi. Claro, me llamaron porque mi café estaba listo y todo se fue otra vez.
O el helado de durazno. No es que sea un antojo del embarazo, para nada, cero antojos en realidad pero el otro día, de la nada, recordé que a los 15 años cuando estudiaba en el colegio en Chicago (un colegio para señoritas muy a lo Gossip Girl) mi mejor amiga me llevaba a una heladería chiquititita y escondida donde entre tanta tecnología y los 31 sabores artificiales de las heladerías americanas, ésta, era una reliquia que a la vieja usanza preparaban helados caseros. O sea, como cualquiera de nuestras heladerías pero un verdadero tesoro por allá y preparaban un helado de durazno que para qué les cuento. Y el fin de semana pasado quería uno sea como sea.
Pero no era el helado. Era todo el proceso de descubrir un mundo con amigas extranjeras, que no hablaban mi idioma, de otra cultura, otra forma de vida y otra realidad. Era el mundo de las chicas que trabajaban de niñeras para familias ricas (porque ellas también lo eran y cuidaban a los niños del barrio) y cobraban 10 ó 12 dólares la hora, que en un fin de semana que ganaban US$200 ó US$300 dolares la semana y que con dos semanas de trabajo podían comprarse una cartera Marc Jacobs. Con ellas descubrí el mundo de la moda con sus increíble revistas y editoriales de ensueño, el mundo de los centros comerciales -tal como vez en las películas gringas pasábamos horas en un Centro Comercial, de las tiendas imposibles pero posibles si trabajabas bien y de las vitrinas mágicas. Con ellas descubrí todo lo que amo ahora y aunque mi inglés no era el mejor y entendía a penas la mitad de lo que me hablaban, esa época tiene un encanto, tiene música de fondo, tiene olores y sabores, en especial el sabor del helado de durazno que no es que recordara a qué sabía pero tuve que salir volando a Laritza D’ porque necesitaba uno. Por un segundo volví a vivir en un suburbio de Chicago. Y fui feliz.
Son chispazos de nostalgias, segundos donde como dicen en Ritmo Romántica, recordar es volver a vivir.
Y me pasa de vueltas la velocidad en la que, por un segundo ando recordándolo todo con su lagrimón incluido y al siguiente…ya lo olvidé otra vez.