1 de Octubre del 2013
Cuando me encuentro
El otro día tomaba café con una amiga que dio a luz 5 días después que yo y entre el lalalalala de la conversación, lo primero que me preguntó ni bien removía mi taza de Capuchino alto con leche descremada y dos sobres de Splenda por favor, fue si ya me encontré. Y, ya te encontraste otra vez? Me preguntó así sin más ni más.
No la vi venir, estaba con el cerebro a mil entre proyectos, el post que no saqué, el cliente que quiere una reu más, el traje de mi marido que aún no llevaba a la lavandería y la fiebre que tenía Valentina que ya llevaba tres días seguidos y una muela de yapa que por ahí se aproximaba, o sea, tres días sin dormir. Así que una pregunta profunda y personal como esta no estaba en mi radar de ninguna manera. Creo que tartamudeé un poco y dije que sí, no que no, que sí pero no, que ahí ando, que en esas estamos….no dije nada al final, nada importante al menos.
Que si ya me encontré?
Sí y no.
Antes me encontraba bailando hasta las mil en una discoteca, me encontraba yendo de compras con las amigas, me encontraba viajando, me encontraba semanalmente en algún café de Lima, me encontraba religiosamente en la peluquería y pasando horas leyendo la última Vogue y algún buen libro también. Por banal que pueda parecer, cuando eres joven, sin mayores responsabilidades y tienes un buen trabajo tu día a día puede pasar muy a la ligera. Y eso está bien. Creo firmemente que en la vida hay tiempo para todo. Cuando acabamos el colegio vamos tratando de definirnos y se nos viene un tiempo para estudiar esa carrera que creemos es para nosotros. Viene también una etapa para trabajar 15 horas al día y encima hacer la maestría. Hay tiempo para fiestear y tiempo para ser serios y romperse el lomo para lograr tus objetivos. Hay una etapa para salir con un chico y otro así como hay un tiempo para enamorarnos y sentar cabeza. Con las mismas, luego viene el matrimonio y si así lo quieres los hijos.
Y entonces, nada de lo que sabías de ti era cierto. Si te creías fiestera te das cuenta que puedes vivir sin ellas (al menos por un buen tiempo). Si creías que no tienes paciencia te das cuenta que sí la tienes, y más de lo que pensabas. Descubres una versión tuya corregida, aumentada y mejorada que nunca antes se había siquiera asomado por tu sombra y así, de un día para otro, eres otra mujer.
Que si ya me encontré?
Sí y no.
En este primer año como mamá he llevado un curso intensivo de cambio de pañales que mira, hoy los cambio a media noche y en penumbras con una rapidez y un perfeccionamiento de técnica que te mueres. Llegué a casi casi dominar el arte de sacar chanchitos, dar de comer, bañar, vestir y desvestir, ser bailadora, cantante y payasa también. Ahora soy entrendora, porrista y fuente incansables de sonrisas. Sigo siendo su lugar seguro. El libro bien lo dice, en esta época mamá es la Diosa que lo puede todo y todo lo calma. Claro que sufro en el camino porque cada noche que se pasa a mi cama duerme con la cabeza incrustada en mi barbilla y las patadas en mi nariz ya me han hecho soltar más de un grito de madrugada. Y ella repite auuuuu.
Ahora me encuentro cuando me dice mamá, cuando da un par de pasitos y me mira para que la aplauda. Me encuentro cada vez que prueba una comida nueva, hoy fue el souffle de brócoli con poros, cuando aplaude y con las mil y un veces que jugamos dónde está Valentina? Ella es mi pasatiempo favorito, y mi trabajo favorito. Ella me llena de energías así como me las quita, y me las puede quitar todas solo para recargarme con una sonrisa, y eso lo hace todo. Ojo que las bondades de la maternidad no se descubren hasta vivirlas, así como el terror también. Te encuentras tan asustadiza y paranoica como nunca antes y salen todos tus temores repotenciados y a toda maquina. Te vas a sentir sola, cansada e incomprendida con una recompensa tan simple como la mirada de tu peque. Es verdaderamente de locos.
Ahora me encuentro donde nunca antes pensé encontrarme. Me encuentro cada lunes cuando empiezo la semana A-GO-TA-DA de corretearla todo el fin de semana y me encuentro cuando le doy su tete porque sí, ella sostiene solita su biberón con leche pero para continuar nuestra romántica rutina mañanera sin teta, el tete va por cortesía mía, con ella recostada en mi pecho y mis manos que la abrazan.
Y voy ampliando mis fronteras también. Me encuentro cuando logro hacer no cinco si no seis planchas de las de varón y cuando llego al abdominal numero 100 sin maldecir a Ale y su ciencia deportiva. ¿Para que me metí en esto? Lo pienso todos los días cuando vamos a la mitad de la clase y no puedo con mi vida ni por un segundo más, cuando mover el bicep una vez es trabajo de titanes y necesito a He-Man al lado para que me sostenga de la caída y cuando termina clase y me siento ganadora porque una vez más, lo hice. ¿Para que me metí en esto? Para conocer ese otro lado mío y retarme. Es más, estoy convencida que a mis 35 ando con mejor físico que a mis 25, cuando me la pasaba de compras y leyendo revistas.
Y me encuentro cuando me paso una noche conversando con mi esposo y haciendo planes. ¿Otro baby?. Cuando tomamos una copa de champagne y celebramos haber llegado a dónde estamos, porque Dios sabe que comenzamos de cero, de la nada, y que nos ha costado mucho pero mucho tener lo que tenemos, tenernos y tenerla.
No puedo pretender encontrar a la Vanessa que fui porque ella ya no está, ya no existe, se fue y la despedí con un beso el día que pusieron a Valentina en mis brazos. Soy una mejor versión de mi misma.
Que si ya me encontré?
Sí y no.
Porque voy a seguir cambiando, hay más de mi que no conozco y más de mi por cambiar.
Al final de cuentas, quién es la misma persona que fue ayer?